TEXTO :: IÑAKI MIGUEL :: DV_5.11.15
Los nuevos comerciantes
Llegados de otros países, abrieron sus negocios y se instalaron en el barrio
FOTO :: Abdelbasit, Miguel, José Ramón, Yara y Jorge hablan de sus experiencias como comerciantes :: I.M.C.
Cinco vecinos del barrio de cuatro nacionalidades cuentan su experiencia
Loiola ha ido cambiando a lo largo de los años. El barrio de 1915 no es el mismo que el de 1965, ni el de 1985 se parece al Loiola de 2015. Las sociedades han avanzado y el mundo hoy está en la palma de nuestra mano. Si en la década de los 60 Loiola acogió a centenares de familias venidas de otros puntos de España, hoy acoge a familias venidas de todo el mundo.
Quizás los años 80 y 90 fueran los años más boyantes para el comercio loiolatarra. Por entonces al barrio no le faltaba ningún tipo de establecimiento: desde relojería, zapatería, mercería, tienda de electricidad, tienda de deportes, hasta varias pescaderías, numerosas carnicerías, tienda de todo a 100, congelados, una treintena de bares.... Muchos han sido los factores que han contribuido a la desaparición de comercios en el barrio. Por un lado, los cambios de hábitos de la sociedad: la globalización, la preferencia por consumir en las grandes superficies, la excesiva comodidad o el uso exclusivamente residencial de los barrios. Además, la remodelación de Loiola hace una decena de años no benefició al comercio.
Jorge Herrera llegó a la residencia La Salle a finales de 2006. Procedente de Cienfuegos, Cuba, este profesor de Matemática aplicada consiguió una beca de seis meses para estudiar en la UPV su doctorado en Tecnología y Formación en la Comunicación. Trabajó en el área de mantenimiento de La Salle, en diversos establecimientos hosteleros, hasta que, tras la llegada de su mujer e hijo en 2012, decidió apostar por la hostelería, dando vida al ya cerrado bar Ardotxo, entre la calle Sierra de Aralar y Zubiondo. Hoy el Ardotxo es un bar lleno de vida. «Como especialidad, ofrecemos más de cien especies de ron», alardea Jorge. «Me tira Loiola, me gusta. Es un barrio que inspira familiaridad, humildad, locura».
Entrando por la calle Zubiondo, a la altura del número 12, encontramos una de las míticas panaderías del barrio conocida como Maite, que antes se llamó Bea Bat. La regenta desde hace ocho meses Yara Umanzor. Nicaragüense de 32 años, lleva cuatro instalada en el barrio y sus hijos estudian en Ikasbide. «Antes de venir a Loiola estuve viviendo en Amara durante varios años y ejercí de cuidadora». Además de pan, repostería y bebidas, vende material escolar, así como películas en DVD. «Loiola es un gran barrio, aunque si lo comparo en otro barrios de San Sebastián donde he vivido o trabajado, me parece un poco triste a veces y abunda la gente mayor. Eso si, está muy bien comunicado», dice.
Un poco más adelante se encuentra el bar Satorra, con José Ramón González detrás de la barra. Este caraqueño de 31 años dejó Colombia y se vino con su hermana hace 13 años a Astigarraga. Hace cuatro reabrió el Satorra y lo llenó de vida y deporte y desde hace 3 vive en Loiola. «Nunca antes había trabajado detrás de una barra y estoy encantado aquí, en el viejo Pompeyo, y en un barrio tan amable como lo es Loiola. Trabajamos bien, hay muchas cuadrillas de poteo aún y mucha marcha», relata José Ramón.
Frutas y verduras
En Sierra de Aralar, en el local de la mítica tienda de ultramarinos Gorriti, se encuentra Abdelbasit El Balaki, procedente de Marruecos. Estuvo en Santander, después en Beasain y finalmente se ha instalado en Loiola. Hace casi un año que se animó a ponerse al frente de su establecimiento de frutas y verduras. «Aquí compra gente de todas las edades. La gente mayor se siente especialmente a gusto porque siempre tenemos algo de qué hablar, ya que damos un trato muy cercano, y eso lo agradecen», dice. Explica que Loiola le parece un barrio muy agradable y activo. Percibe a los loiolarras como «gente abierta y con ganas de conocer y abrirse a otras culturas». Aunque no todos los meses son iguales, Abdelbasit no se queja.
Al otro lado del barrio, en la travesía de Loiola, a la altura de Alto de los Robles, está Miguel Fernández a cargo de la tienda Ali Son. Colombiano de 34 años lleva 3 en Loiola y 8 en Mendigain. Su hija estudia en Mary Ward. «Me puse en una localización arriesgada y abrí un establecimiento con productos de primera necesidad». Está muy contento, va haciendo clientela y con su trato amable se va ganando a los vecinos. «Me gusta mucho Loiola, aunque está un poco olvidado en relación al resto de la ciudad», dice.
Cuatro nacionalidades, cinco familias, cinco proyectos, cinco vidas. Ellos también hacen barrio. Como decía José Herrera, «si tengo que morir fuera de mi Cuba, quiero hacerlo en Loiola».
Loiola ha ido cambiando a lo largo de los años. El barrio de 1915 no es el mismo que el de 1965, ni el de 1985 se parece al Loiola de 2015. Las sociedades han avanzado y el mundo hoy está en la palma de nuestra mano. Si en la década de los 60 Loiola acogió a centenares de familias venidas de otros puntos de España, hoy acoge a familias venidas de todo el mundo.
Quizás los años 80 y 90 fueran los años más boyantes para el comercio loiolatarra. Por entonces al barrio no le faltaba ningún tipo de establecimiento: desde relojería, zapatería, mercería, tienda de electricidad, tienda de deportes, hasta varias pescaderías, numerosas carnicerías, tienda de todo a 100, congelados, una treintena de bares.... Muchos han sido los factores que han contribuido a la desaparición de comercios en el barrio. Por un lado, los cambios de hábitos de la sociedad: la globalización, la preferencia por consumir en las grandes superficies, la excesiva comodidad o el uso exclusivamente residencial de los barrios. Además, la remodelación de Loiola hace una decena de años no benefició al comercio.
Jorge Herrera llegó a la residencia La Salle a finales de 2006. Procedente de Cienfuegos, Cuba, este profesor de Matemática aplicada consiguió una beca de seis meses para estudiar en la UPV su doctorado en Tecnología y Formación en la Comunicación. Trabajó en el área de mantenimiento de La Salle, en diversos establecimientos hosteleros, hasta que, tras la llegada de su mujer e hijo en 2012, decidió apostar por la hostelería, dando vida al ya cerrado bar Ardotxo, entre la calle Sierra de Aralar y Zubiondo. Hoy el Ardotxo es un bar lleno de vida. «Como especialidad, ofrecemos más de cien especies de ron», alardea Jorge. «Me tira Loiola, me gusta. Es un barrio que inspira familiaridad, humildad, locura».
Entrando por la calle Zubiondo, a la altura del número 12, encontramos una de las míticas panaderías del barrio conocida como Maite, que antes se llamó Bea Bat. La regenta desde hace ocho meses Yara Umanzor. Nicaragüense de 32 años, lleva cuatro instalada en el barrio y sus hijos estudian en Ikasbide. «Antes de venir a Loiola estuve viviendo en Amara durante varios años y ejercí de cuidadora». Además de pan, repostería y bebidas, vende material escolar, así como películas en DVD. «Loiola es un gran barrio, aunque si lo comparo en otro barrios de San Sebastián donde he vivido o trabajado, me parece un poco triste a veces y abunda la gente mayor. Eso si, está muy bien comunicado», dice.
Un poco más adelante se encuentra el bar Satorra, con José Ramón González detrás de la barra. Este caraqueño de 31 años dejó Colombia y se vino con su hermana hace 13 años a Astigarraga. Hace cuatro reabrió el Satorra y lo llenó de vida y deporte y desde hace 3 vive en Loiola. «Nunca antes había trabajado detrás de una barra y estoy encantado aquí, en el viejo Pompeyo, y en un barrio tan amable como lo es Loiola. Trabajamos bien, hay muchas cuadrillas de poteo aún y mucha marcha», relata José Ramón.
Frutas y verduras
En Sierra de Aralar, en el local de la mítica tienda de ultramarinos Gorriti, se encuentra Abdelbasit El Balaki, procedente de Marruecos. Estuvo en Santander, después en Beasain y finalmente se ha instalado en Loiola. Hace casi un año que se animó a ponerse al frente de su establecimiento de frutas y verduras. «Aquí compra gente de todas las edades. La gente mayor se siente especialmente a gusto porque siempre tenemos algo de qué hablar, ya que damos un trato muy cercano, y eso lo agradecen», dice. Explica que Loiola le parece un barrio muy agradable y activo. Percibe a los loiolarras como «gente abierta y con ganas de conocer y abrirse a otras culturas». Aunque no todos los meses son iguales, Abdelbasit no se queja.
Al otro lado del barrio, en la travesía de Loiola, a la altura de Alto de los Robles, está Miguel Fernández a cargo de la tienda Ali Son. Colombiano de 34 años lleva 3 en Loiola y 8 en Mendigain. Su hija estudia en Mary Ward. «Me puse en una localización arriesgada y abrí un establecimiento con productos de primera necesidad». Está muy contento, va haciendo clientela y con su trato amable se va ganando a los vecinos. «Me gusta mucho Loiola, aunque está un poco olvidado en relación al resto de la ciudad», dice.
Cuatro nacionalidades, cinco familias, cinco proyectos, cinco vidas. Ellos también hacen barrio. Como decía José Herrera, «si tengo que morir fuera de mi Cuba, quiero hacerlo en Loiola».