TEXTO :: IÑAKI MIGUEL CAMIO :: DV_8.4.16
Loiola, la nueva Prypiat
Los loiolatarras se quejan del abandono del barrio y de la provisionalidad continua
FOTO :: Entrada a Loiola. La Casa de Cultura, a mano izquierda y el parking de Ciudad Jardín, a la derecha. :: I.M.C.
Denuncian la existencia de basura entre los matorrales y las ratas en el parking disuasorio
SAN SEBASTIÁN. «Loiola es como Prypiat, un lugar abandonado donde todo se va deteriorando», dice Ana, una loiolatarra de toda la vida. Se refiere a la ciudad de Prypiat, en el norte de la región ucraniana de Chernóbil, la cual tuvo que ser evacuada en 1986 tras una catástrofe nuclear. Todos sus habitantes abandonaron drásticamente el lugar y se refugiaron en otras zonas del país. Desde entonces sólo algunos operarios de la central nuclear del lugar se acercan a supervisar las instalaciones. El deterioro de la ciudad es notable con el paso de los años.
Desde la óptica de un fotógrafo darse una vuelta por Loiola supondría una colección de «fotos curiosas e impensables en un barrio de una ciudad capital europea de la cultura», afirma Kepa, loiolatarra aficionado a la fotografía. Para un visitante puede ser una sorpresa o una aventura. Todo depende por cuál de las entradas se realice la visita.
Hay una entrada que sería la más bonita y sin igual. Sería viniendo del puente de Egia y cruzando el barrio junto al río. El nuevo paseo hace las delicias del viandante, con un pavimento moderno, buen mobiliario urbano, preciosas vistas en plena naturaleza, las hojas de los árboles reflejadas en el agua, el nuevo y moderno puente del topo, el parque de Atari-Eder, los monumentales cuarteles a mamo izquierda, el embarcadero... y llegamos a la zona de la Hípica y Txomin. Se acabó el sueño.
Si por contra, se elige la carretera principal como entrada, sea como conductor o como viandante, la óptica cambia. Tras cruzar el puente de Egia, una desangelada rotonda con cuatro hierbajos flanqueada por los gigantescos tablones de la autovía. Toda la zona está rodeada por matorrales que esconden todo tipo de basura. Desde ropa, botellas, envases de comida, hasta colchones.
Una de las salidas de la rotonda da al parking disuasorio, donde las quejas de los loiolatarras son históricas. «Aquí, en el parking de las rulots, caravanas de feriantes, de las goteras o cascadas, donde las ratas de tamaño gato corren a sus anchas durante todo el día, es donde a diario aparco mi coche antes de adentrarme en el barrio llenándome de valor y atravesando Ciudad Jardín», dice José Ángel, vecino de Atari-Eder.
La Ciudad Jardín de Loiola es cosa aparte. «La separación entre el parking disuasorio y la pista deportiva es desoladora, con matorrales llenos de basura, postes de luz tirados en el suelo que suplen a los bancos, y donde media docena de zapatos colgados del tendido eléctrico son parte del paisaje», señala un vecino de la zona. Recuerda que «llevamos tres semanas sin luz en las farolas por la noche».
La otra zona de Ciudad Jardín es la calle Urbía, donde se puede entender la afección de las obras del topo. Los bloques de cemento que sustentan la estación provisional, así como los raíles del topo, son una perfecta pizarra para los grafiteros, que «campan por Loiola a sus anchas, llenando de garabatos cada hueco que pillan», dice Marian, de la calle Zubiondo, por la que ahora se circula provisionalmente en dirección contraria y calle «oscura, con restos de comercios cerrados y abandonados, apoderados también por los grafiteros. Es una calle donde las señales de tráfico están cubiertas con bolsas de basura y parecen fantasmas por la noche» ironiza.
Pero tomando la rotonda hacia la arteria principal de Loiola, nos adentramos en los primeros números de Sierra de Aralar. «Una zona gris y cochambrosa, donde la dejadez, el abandono y el deterioro puede invitar a darse la media vuelta a más de un visitante», comenta Javier. Lo cierto es que esta zona lleva más de 60 años sin tocar. El polvo de las empresas de cemento a mano derecha, el frontón a mano izquierda y varias señales provisionales de plástico dan la bienvenida. «El frontón no sé si es para el recreo de deportistas o de grafiteros», afirma un viandante. Las paredes del frontón, así como su puerta y paredes exteriores son verdaderos expositores de grafitis, y emblemas malsonantes, despectivos y de mal gusto. «Parece cualquier cosa en lugar de un frontón», añade Ángel. En las inmediaciones una oxidada fuente a medio gas donde los pelotaris repostan.
Los vecinos hablan de «sensación de abandono, de daño estético y mobiliario urbano sucio». Entienden la afección de las obras del topo: «pero hay zonas que llevan medio siglo sin tocar, y nada tienen que ver con las actuales obras». «Hay miles detalles que se podrían mejorar si hubiera voluntad», afirma. «La situación sería impensables en la mayoría de barrios de San Sebastián, pero para Loiola todo vale», concluye.
SAN SEBASTIÁN. «Loiola es como Prypiat, un lugar abandonado donde todo se va deteriorando», dice Ana, una loiolatarra de toda la vida. Se refiere a la ciudad de Prypiat, en el norte de la región ucraniana de Chernóbil, la cual tuvo que ser evacuada en 1986 tras una catástrofe nuclear. Todos sus habitantes abandonaron drásticamente el lugar y se refugiaron en otras zonas del país. Desde entonces sólo algunos operarios de la central nuclear del lugar se acercan a supervisar las instalaciones. El deterioro de la ciudad es notable con el paso de los años.
Desde la óptica de un fotógrafo darse una vuelta por Loiola supondría una colección de «fotos curiosas e impensables en un barrio de una ciudad capital europea de la cultura», afirma Kepa, loiolatarra aficionado a la fotografía. Para un visitante puede ser una sorpresa o una aventura. Todo depende por cuál de las entradas se realice la visita.
Hay una entrada que sería la más bonita y sin igual. Sería viniendo del puente de Egia y cruzando el barrio junto al río. El nuevo paseo hace las delicias del viandante, con un pavimento moderno, buen mobiliario urbano, preciosas vistas en plena naturaleza, las hojas de los árboles reflejadas en el agua, el nuevo y moderno puente del topo, el parque de Atari-Eder, los monumentales cuarteles a mamo izquierda, el embarcadero... y llegamos a la zona de la Hípica y Txomin. Se acabó el sueño.
Si por contra, se elige la carretera principal como entrada, sea como conductor o como viandante, la óptica cambia. Tras cruzar el puente de Egia, una desangelada rotonda con cuatro hierbajos flanqueada por los gigantescos tablones de la autovía. Toda la zona está rodeada por matorrales que esconden todo tipo de basura. Desde ropa, botellas, envases de comida, hasta colchones.
Una de las salidas de la rotonda da al parking disuasorio, donde las quejas de los loiolatarras son históricas. «Aquí, en el parking de las rulots, caravanas de feriantes, de las goteras o cascadas, donde las ratas de tamaño gato corren a sus anchas durante todo el día, es donde a diario aparco mi coche antes de adentrarme en el barrio llenándome de valor y atravesando Ciudad Jardín», dice José Ángel, vecino de Atari-Eder.
La Ciudad Jardín de Loiola es cosa aparte. «La separación entre el parking disuasorio y la pista deportiva es desoladora, con matorrales llenos de basura, postes de luz tirados en el suelo que suplen a los bancos, y donde media docena de zapatos colgados del tendido eléctrico son parte del paisaje», señala un vecino de la zona. Recuerda que «llevamos tres semanas sin luz en las farolas por la noche».
La otra zona de Ciudad Jardín es la calle Urbía, donde se puede entender la afección de las obras del topo. Los bloques de cemento que sustentan la estación provisional, así como los raíles del topo, son una perfecta pizarra para los grafiteros, que «campan por Loiola a sus anchas, llenando de garabatos cada hueco que pillan», dice Marian, de la calle Zubiondo, por la que ahora se circula provisionalmente en dirección contraria y calle «oscura, con restos de comercios cerrados y abandonados, apoderados también por los grafiteros. Es una calle donde las señales de tráfico están cubiertas con bolsas de basura y parecen fantasmas por la noche» ironiza.
Pero tomando la rotonda hacia la arteria principal de Loiola, nos adentramos en los primeros números de Sierra de Aralar. «Una zona gris y cochambrosa, donde la dejadez, el abandono y el deterioro puede invitar a darse la media vuelta a más de un visitante», comenta Javier. Lo cierto es que esta zona lleva más de 60 años sin tocar. El polvo de las empresas de cemento a mano derecha, el frontón a mano izquierda y varias señales provisionales de plástico dan la bienvenida. «El frontón no sé si es para el recreo de deportistas o de grafiteros», afirma un viandante. Las paredes del frontón, así como su puerta y paredes exteriores son verdaderos expositores de grafitis, y emblemas malsonantes, despectivos y de mal gusto. «Parece cualquier cosa en lugar de un frontón», añade Ángel. En las inmediaciones una oxidada fuente a medio gas donde los pelotaris repostan.
Los vecinos hablan de «sensación de abandono, de daño estético y mobiliario urbano sucio». Entienden la afección de las obras del topo: «pero hay zonas que llevan medio siglo sin tocar, y nada tienen que ver con las actuales obras». «Hay miles detalles que se podrían mejorar si hubiera voluntad», afirma. «La situación sería impensables en la mayoría de barrios de San Sebastián, pero para Loiola todo vale», concluye.